❝ AQUEL 19 DE DICIEMBRE DE 2016, en dirección Katmandú, empezó todo. Esta web blog también aunque los imprevistos que se sucedieron uno tras otro y que cuento a continuación me entretuvieron más de lo imaginado.
Al dejar el aeropuerto de Tribhuvan y encontrarme aquella nube de taxis en medio de un cierto caos que no quería dar por bueno comienzo a preocuparme. Ninguno de los carteles de los responsables de los hoteles que iban a recoger a sus huéspedes llevaba escrito mi nombre. Ni tampoco mis apellidos. Debía empezar a reaccionar para poder salir de allí lo antes posible.

Fue necesario abrir la maleta sobre el suelo de aquella agitada parada de taxis para comprobar los detalles del hotel en el que tenía hecha la reserva, su dirección y su teléfono: solo recordaba el nombre, Yatri, que en nepali significa viajero, y que estaba en el barrio turístico por excelencia de la capital, Thamel.
No podía concebir que a pesar de toda esa información resultase inútil localizarlo, incluso después de haber conseguido que el taxista hablara con algún empleado de la recepción mientras con la otra mano sorteaba un continuo embotellamiento. Antes de dirigirnos allá sube alguien al taxi que parece ser un agente de viajes y se permite sugerirme otro establecimiento para alojarme.
Empiezo a ser cada vez más consciente del singular acento que el inglés coge al pronunciarse a esa altitud. Durante el trayecto se suma a la carrera otro vecino nuevo decidido a acomadarse en la plaza de delante y que, sin mediar palabra, nos abandona al poco rato.
Por fin dentro del hotel, con el grado de congestión en el que llego, y asisto incrédulo a la confirmación de que la agencia de viajes no había hecho ninguna reserva a mi nombre. Al cabo de una hora, localizado algún responsable vía España, se presenta en el vestíbulo un joven nepalí para disculparse de todo aquel fenomenal disparate.
En menos de cuarenta y ocho horas tenía que estar volando a Tíbet y el asunto del visado chino aún pendiente, para el que había que desprenderse del pasaporte. Afortunadamente la gestión del visado la llevaba otra agencia, la que había contratado para el viaje a Tíbet.

Subía y bajaba por la recepción del hotel sopesando si regresar a España al día siguiente como si no hubiese pasado nada, olvidarme del viaje y celebrar en casa la Nochebuena igual que siempre o aguardar a ver el papel que confirmaba mi visado chino para entrar en Lhasa (no se estampa en el pasaporte cuando vuelas a Tíbet): el verdadero objetivo del viaje, junto a la visita de Bután. ¿O quizá mejor olvidarme de Dirección Katmandú? Bajaba y subía pero como poseído por la furia de la mismísima Kali, la Kali de Salgari que conocía entonces.


Palanquín expuesto en Hanuman Dhoka y estela en sánscrito de frente a la entrada.
Sospecho que al otro joven que vino a buscarme al hotel, después de haberme visto dirigirme al anterior, le pondrían al corriente de la situación y del humor con el que iba recibirlo: se llamaba Anjan Dhakal. La forma en cómo actuó para desatascar el dilema resolvió dudas y recelos. El viaje no solo salió adelante, me di cuenta de que Nepal merecía mucha más atención, contemplarlo únicamente como un simple enlace era un error tan serio como el de los montañeros que usan la capital de lavandería a lo sumo, aunque sean la mayoría de los viajeros.
Aquella última discusión, ahora ya sentados en los sofás del vestíbulo del Yatri, me llevaba a entregar el pasaporte, salir a cenar despejado, decidir aquel viaje, pero también algo que entonces no valoré: la existencia misma de este blog●
