La flor de la canela

Los novios llegan por separado al templo en coches diferentes pero sincronizados, no como en España, y dentro, a medio pasillo central, él espera. Porque, bueno, aparte de que la figura del padrino no cuenta nada y es la madrina quien en todo momento dirige la ceremonia, con la mirada simplemente —y algún que otro bufido—, la novia debe aguardar a las puertas del templo, que pronto se abren de par en par y tiene lugar el casamiento. No aburriré aquí con más detalles. El banquete estaba reservado a una manzana. Todo el barrio huele a ajo y cochinillo divinamente.

Entrada al casco histórico de Manila, la flor de la canela
Entrada al barrio de Intramuros en Manila.

Pero volvamos con la madrina. Inevitablemente me acordé de Imelda Marcos y a pesar de que iba embalada y fajada en un perfumado traje brillante de color canela (de mejor tono que el del nuevo emperador del Japón, quiero aclarar), que no le dejaba aire suficiente para mucho movimiento, me preguntó con buena cara si yo era americano. «¡Qué manía!», pensé yo automáticamente. «No, soy español», le tuve que aclarar. «Y ¿es amigo de mi hija?», insistió. «No, he llegado hace apenas una semana a Filipinas», añadí aún sin creer nada. «Quédese a la ceremonia», y siguió contándome algunos detalles, mientras la limusina blanca maniobraba en la plaza sin espacio y empezaba a llover. El novio, que doblaba la edad a la protagonista, sí que era americano. Pero se coló en la iglesia y no cruzamos palabra.

Restaurante de Intramuros, casco histórico de Manila, la flor de la canela

Comedor del restaurante Barbara’s Heritage en el corazón del barrio de Intramuros.

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