Escuela de kumaris

A VEINTISIETE GRADOS DE LATITUD NORTE, en estos dos últimos días, que no pensaba ir por allí como de costumbre porque mi estómago anda algo revuelto, descubrí en la plaza de Durbar, delante del templo de Siva y Parvati, una improvisada escuela de kumaris, todo el ceremonial que se le exigirá a la próxima «diosa viviente» del valle katmandunés, de la que no tenía noticia ni había leído nada. Un conjunto de niñas newari, acompañadas de sus madres (y padres, participan en algunos tramos del rito, pero relegados), bajo una carpa de colores a pleno sol, aprendiendo y ensayando cómo actuar.

Escuela de kumaris
La gata de Parvati a la puerta del templo.

Pues bien, aplazamos la escuela de kumaris, sin duda un post mucho más serio e interesante, por el de la lengua de Parvati, porque, como bien habéis imaginado, no está La Macarena para tafetanes esta noche cuando los grados de latitud y de temperatura han decidido sincronizarse.

La ermitaña del templo de Siva y Parvati, una construcción del siglo XVIII que no sufrió dramáticamente las consecuencias del terremoto de 2015, pero que aparece con sus fachadas apuntaladas aún, tiene una gata a la que en esta mañana hemos puesto de mutuo acuerdo el nombre de Parvati.

De aspecto fiero, es en realidad muy cariñosona y terminó jugando conmigo y sacándome la lengua. Atada, pero para que no se escape no porque se tire a los ojos, entraba y salía sin parar del viejo edificio por su única puertaventana hasta donde la cuerda le permitía tirar. Esperaba que con las bromas la mujeruca se ablandase y me contase algunos detalles del aprendizaje para ser una buena kumari, que ella y su marido dirigían al alimón, pero no ha sido nada fácil. «Ustedes los americanos lo saben todo», (puesto así en limpio, de inglés recortado, quiero decir), —me salta nada más empezar—. «Cuando dice los americanos —le contesto enseguida—, ¿se refiere a todos los americanos o a todos los extranjeros?». «Bueno, usted me ha entendido», —contesta con alguna sorna—. «Pues, sinceramente, no. Es que yo no soy americano, soy español». «¿Cerca de Malta, entonces?», —me responde—. «Cerca, cerca, no demasiado, entre Portugal y Francia», —aclaro—. La conversación se había atascado definitivamente. Pero trato de no desanimarme. Volveré para enseñarle algunas fotos de su gata Parvati, y hablar de la otra diosa, la viviente, la Kumari. El nombre de Parvati, tengo que decirlo, le hizo gracia, le ha gustado

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