❝A CATORCE GRADOS DE LATITUD NORTE, la salida de Manila, prevista en la mañana del veintiocho de enero, al corazón de la isla de Luzón, en la región de La Cordillera, para alcanzar un diminuto poblado de montaña llamado Buscalan, se complicó y canceló al final. De mi anterior visita a Filipinas me quedó pendiente conocer a Whang Od Oggay, la famosa tatuadora centenaria, así que esta vez venía decidido e insistí. Llegar a ver a la mambabatok haciendo tatuajes a los filipinos era más complicado de lo que yo pensaba.
Quedaba una segunda intentona en la que confiar, si superaba un sueño que vengo arrastrando desde hace días y llegar a tiempo con la cita. El encuentro necesariamente pasaba por un tatuaje para poder hablar con ella: ya hemos convenido en que su firma es razonable y lo acepto, ¡a ver qué remedio!: son solamente tres puntos, tiene muchos ecos para mí también y total me sobran lunares con los que camuflarlo por los brazos. Esos tres puntos, en pequeño, han acompañado a todos los tatuajes que ha hecho en sus largos años en el macho y ahora a mí también. También son hoy día una especie de visado a los que hacen sus sobrinas nietas en su misma casa. Era a todas luces la alternativa más asequible a mi entender. Ahora, cuando escribo en este diario, ya convertido en cavaliero tre puntini sin buscarlo.

Era 29 de enero al fin. El gran día llegó y salí de buena mañana a dar a un paseo rápido para refrescarme por los Jardines de Ayala y desayunar. Aunque estoy en Makati, la city de Manila, la nomenclatura del callejero parece la de cualquier casco histórico de una plaza castellana. Para un español resulta tan reconfortante como asombroso.
Había que salvar algo más de cuatrocientos kilómetros entre la planitud de la bahía manileña y un paisaje de montaña por encima de los dos mil metros de altitud.
Y la localización para unirme al grupo (seis conmigo) con el que viajaría no me quedó muy clara (un restaurante de carretera camino de la autopista), sin embargo viajaba muy confiado en que me esperarían aunque sin desprenderme del móvil y Google maps. Llegué el primero al encuentro pero enseguida nos pusimos en marcha después de las presentaciones.
De esta última etapa filipina, la estancia en la aldea kalinga los últimos dos días del mes de enero y el encuentro se lo debo en gran parte al director de fotografía Richard Visconti, y en parte también a la organizadora del grupo y salida, Mhae Pataray. Si bien el desplazamiento fueron nada menos que doce horazas agotadoras por carretera de noche para alcanzar el poblado, luego allí vas de un sitio a otro y entre comida y comida (los filipinos no tienen horas donde no comer) desaparece el cansancio, duermes y vuelas llegado el caso. Tanto el cultivo como el consumo de tsongke en el archipiélago han estado durísimamente castigados, aunque en 2024 se aprobó el llamado uso medicinal del cannabis. Buscalan podría decirse que opera como territorio franco en esta materia.
La famosa tatuadora centenaria Whang Od, ahora Apo (abuela) Whang Od acaparaba toda la atención. Pero detrás de ella hay un centenar de tatuadoras. La aldea ha pasado de los arroces a los tatuajes como su principal fuente de ingresos. A diario recorren el lugar unas trescientas personas, ya no solo nacionales sino extranjeros también.


Niebla en La Cordillera y meandro del río Chico al final de la carretera entre Bontoc y Buscalan.
La vuelta con niebla cerrada al cruzar el puerto dilató la docena de horas de la ida pero no fue impedimento para celebrar mantel y viandas.
Mañana primero de febrero estaré volando a Nepal, donde podré descansar después de cinco semanas veloces. En cuanto me desquite de un vuelo aterrador con escalas y en tránsito a la búsqueda del equipaje porque no se factura a destino final estaré caminando alegre por Katmandú●