Camino de Riad

A VEINTICUATRO GRADOS DE LATITUD NORTE, he vuelto a dejar Hanói sin ver las aguas rojas del Song Hong, no por ese rechazo que me produce Bangkok sino a causa de los imponderables de una atmósfera desfavorable con sus pronósticos en este caso. Adelantado y reorganizado necesariamente el viaje de vuelta, después de pasar por Katmandú para recoger el equipaje grande y cruzar por Delhi otra vez, ahora en escala, entro en Arabia Saudí.   

Una red de mujeres niqabi en los mostradores de inmigración y pasaportes del Aeropuerto Internacional Rey Khalid atiende la fila de pasajeros recién llegados a Riad sin concesiones a una sonrisa o el deseo de una feliz estancia tan frecuentes al otro extremo del continente.

Desembolsados los cien tributos que habitualmente termino pagando para abandonar cualquier nuevo aeropuerto, y a alta madrugada, pongo camino por fin al descanso en el céntrico distrito de Al Olaya en un hotel asequible, Mena Andalusia, dentro del disparatado ritmo hotelero en el que vive el país petrolero ajeno al mundo o, más bien, en un mundo doble.

Al día siguiente, ya recompuesto, me dirigí primero para una visita fugaz al Museo Nacional, montado con primor para formación y cuidado de la identidad saudí, y luego tuve por intervención del azar, un poco más allá, un inesperado —tan inesperado como insólito— encuentro con Kuya Ramires, viejo amigo filipino de mi última expedición luzonera al remoto poblado de Buscalan en 2023, donde conocí a la centenaria tatuadora del archipiélago, del que no había vuelto a tener noticia.

La sorpresa para ambos, que no tardamos en reconocernos superada la incredulidad del instante inicial, la celebramos con una comida filipina.

Como la avenida que lleva el nombre del famoso médico persa Abu Baker Al Razi ha terminado siendo un lugar de fiesta para locales y sobre todo extranjeros, y como además pillaba cerca, nos pusimos en camino sin pensarlo dos veces. Después de tantear por la zona algunos establecimientos sin resultado acabamos en la terraza del Kuy´s, restaurante donde encargamos una piscina con la sabrosa sopa agridulce de pescado sinigang y una botella de vino de Carlo Rossi, que resultó fallido.

Un espantoso tinto dulce californiano para brindar que se prodiga a falta de alcohol en el país sagrado de las mezquitas, aparte de dulces y helados de un menú con eco español entre voces en tagalo.

Interior de hotel en la ciudad saudí de Riad.
La habitación del hotel sin desordenar aún.
Patio de las palmeras en el Museo Nacional de Riad.
Patio de las palmeras del Museo Nacional de Arabia Saudí.

Tras las sorpresas y las improvisaciones me preparé para aterrizar en Medina al día siguiente de una forma más ordenada

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